jueves, 23 de marzo de 2017

De tentáculos y sueños


Hubo un tiempo en que me enganchaba a todo. Quizá ese tiempo duró hasta esta mañana y resucite pronto, esta tarde, pero ahora mismo ya no está, es un tiempo lejano. Por eso escribo.

En ese tiempo de mi cabeza se desprendían tentáculos hacia cualquier parte para amarrarse y absorber todo lo que alguien me pudiera dar, todo lo que yo creía necesitar, todo lo que otros superiores a mí y mucho más capaces que yo me pudieran ofrecer.
Entre esos otros había también grandes nombres, no solo estaban mis padres y ese primo lejano tan guay con una vida tan trepidante. Entre aquellos otros también se colaban grandes poetas y amigos: estaban Julio y sus Cronopios, estaban Carlos y sus ideas, los espíritus chilenos de Isabel y todos los Arcadios de Gabito. Algunos otros Enormes también caían de vez en cuando de visita, algunos como Claudio Naranjo siempre gigante o Jean Shinoda Bolen indiscutiblemente absorbente.

Pero no es de todos ellos de quien venía yo a hablar, sino de los tentáculos que a veces me amarran a ellos. 
Recuerdo esas películas de ciencia ficción en las que un bicho pringoso y enorme, mutante entre pulpo y langosta, se adhiere a la piel de actores secundarios para chuparles todo lo que son. Después siguen su camino hacia otro segundón de pacotilla al que también aboserben todo y continúan creciendo a ritmo vertiginoso en su asquerosa pringosidad.
A veces me siento así. 
En lugar de echar raíces, lanzó tentáculos babeantes al mundo a ver dónde se pegan esta vez y a ver si esta vez me consiguen salvar.

Es una extraña y triste realidad que un día se me vino a manifestar en un sueño.
Por suerte, no sueño con réplicas de Alien chupando el alma de mis ídolos psicoliterarios, pero sí que se me aparece mi abuela materna a modo de revelación intermitentemente en las madrugadas más encendidas.
Cuando tenía 20 años me llamó por teléfono al Nokia con tapa que tenía en aquel entonces y me dijo que todo iba a salir bien. Me di un susto de muerte. Estaba dormida, pero aquello fue real, completamente real, en una época además en que yo estaba transitando uno de mis más funestos desengaños amorosos.
Hace unas semanas volvió a aparecer, esta vez en un contexto onírico bastante más clásico. Vestida de negro, en medio de una camino, me miraba de frente desde sus enigmáticos ojos azules. Delgaducha y esmirriada como era, sus cabellos se veían negros como jamás antes y caían a un lado de su cuello en un asimétrico recogido. Consciente en sueños de que aquella era otra de las revelaciones que se venían repitiendo desde mi temprana juventud, quedé alerta y por un instante desperté. Enseguida formulé la pregunta adecuada y la respuesta cayó automáticamente a mi conciencia sin pasar por el filtro de la mente analítica "¿Qué me habrá querido decir?" Sigue tu propio camino.

He de admitir que la respuesta me produjo un gran chasco cuando a la mañana siguiente la recordé entre legañas. Mira que soltarme semejante lugar común... bien podía haberme dado el mapa de un tesoro o alguna piedra mágica con la que invocar una llave clave en la apertura de un portal a un mundo nuevo, pero no, fue a soltarme la típica frase trillada de coacher barato.

La cuestión es que, como sucediera la vez anterior, la del Nokia, pero con un margen de tiempo bastante superior al que yo hubiera deseado en aquel momento, las fichas de este nuevo mensaje fueron cayendo una a una en mi vida cotidiana con una contundencia pasmosa.
Amo a Naranjo a Sabina y a Isabel. Me hipnotizan Picasso, el Bosco y algunos cuadros de Manet. Pero ellos no son yo y yo nunca voy a ser ellos.
Esto que parece muy simple y de una estupidez sin parangón, no es tan sencillo de manejar en mi vida diaria, en la que los tentáculos asoman por mi mente dispuestos a chupar el alma a quien haga falta con tal de llenar el vacío que nubla el epicentro de mi pecho yermo. Es algo que me cuesta evitar. Vivo tan atemorizada que, el hecho de encontrar semejantes cantidades de amor hechas arte en cualquier biblioteca, provoca que me amarre a ellas con la urgencia del lactante desnutrido al siempredador pecho rebosante de su madre.

Vivir en la conciencia del miedo es un tanto inquietante, pero es mejor que asustarse a cada paso. Empiezo a entender lo que quiso decirme mi abuela, a entenderlo de verdad y por eso al tentáculo que aparece procuro darle machete. Luego lo echo al caldero hirviendo de mi vientre y lo cocino a fuego lento. Así consigo disfrutar de Claudio y sus amigos sin quedar hechizada por ellos.

Otros días, como hoy, echo ancla a Tierra y escribo. Escribo desde el caldero y cocino lo que aquí escribo, separando lo que queda vivo entre tanta baba alienígena.




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