lunes, 18 de junio de 2018
Me pregunto quién será la señora que vino a visitarme esta noche
Me asusté, y mucho.
Sueño un montón, pero no son tan frecuentes en el repertorio las pesadillas de taquicardia y sudor frío, las que te despiertan porque sino morirías seguro.
Estaba en casa de mis padres, en la cama donde siempre he dormido junto a mi hermano y yo sabía, estaba segura de que alguien se acercaba por el pasillo.
Yo dormía de lado, con la mirada hacia la puerta inusualmente abierta. Afuera totalmente oscuro sin casi negro.
Terror es poco decir para describir lo que atravesaba mi cuerpo.
Al fin lo que se acercaba por el pasillo se asoma por el marco de la puerta. Era una enfermera, más bien rellenita, vestida con uniforme de pantalón y camisa azul de hospital del mismo color que sus ojos extraordinariamente claros y saltones. Su cabello era negro, con un corte similar al mío y su piel muy blanca con algún colorete desperdigado. En su cara se reflejaba un susto similar al mío, pero como congelado en su gesto. Ella entera era luminosa, aunque suene a tópico lo siento, me ciño a los hechos.
Ahí me he despertado. La señora no me ha hablado, pero me ha dejado para todo el día ese cuerpo extraño que dejan los sueños más intensos.
No sé cómo interpretarlo, normalmente cuando un sueño me impresiona tanto vomitarlo con detalle me basta para procesarlo, pero hoy no se ha dado el caso. Se ve que es un miedo en el que no avanzo: mi profesión mezclada con las personas con las que debo compartir lugar de trabajo (aunque esta señora no sé de dónde ha salido)
También me intriga el detalle con el que me ha quedado grabada una persona que yo juraría no haber visto en mi vida o cómo el cerebro ha elaborado en cualquier caso tan minuciosamente a todo un personaje, con su físico su químico y todo ese mogollón.
No me saco a esta señora. A algo habrá venido. Pero la próxima vez que no dé tanto miedo por favor.
jueves, 14 de junio de 2018
Las células automáticas del corazón
Se había pasado por lo menos veinte minutos cobijada entre
los huecos del sofá. Había logrado camuflarse en él hasta rozar la simbiosis,
aunque no le quedaba muy claro el beneficio que el sofá podría sacar de ella.
No tengas miedo. Solo
cree.
Aquel versículo rondaba su cabeza. Decía esas palabras u
otras similares, pero en esencia, la
esencia, era eso, creer, no tener miedo, solo creer. Entonces era simple,
si creía, el mando del aire acondicionado tenía que aparecer en algún rincón de
la casa o entre los cojines que la acurrucaban, y no se quedaría pegada a esa
sábana empapada de sofá de piso de alquiler.
Se quedó unos minutos más en el sofá a ver qué pasaba y al
rato preparó la mochila y salió al sopor de la calle. Sol, niños, sal, ojos que
no ven, corazón que… mierda, las gafas de
sol. Otra vez a casa, “a casa” y
de vuelta a la calle, niños, sol, tres pasos más, tostadas, vuelta a la esquina
y el mar. Ya pasó, calma, ya pasó, dos
minutos más y ya está.
Llevaba quince días en aquel lugar y todavía no comprendía
cómo podía haber sucedido tan rápido. De repente ahí estaba, como si nada, como
si no hubiera estado buscándolo durante toda la vida, como si todo el esfuerzo
realizado hubiera sido una broma barata. A ratos le daba rabia, le jodía, cómo
podía ser, cómo puede ser.
De niña veraneaba en la playa, al sur, muy cerca del sitio
ese en el que hace tanto viento. Allí pues churros, montaditos, sal, sol,
arena, niños, chanquetes que no le gustaban tanto y agua, mucha agua, playa
todo el día, por todas partes. Pero no lo sabía, no entendía por aquellos
tiempos o igual no le hacía falta, qué sé
yo.
Pero ahora sí entendía, algo entendía, o puede que no tanto,
pero al menos algo nuevo sabía, que estaba allí, que ya no hacía falta que
siguiera buscándolo.
-
Esas pastillas son un asco, mejor vete adonde la
fulana a que te las cambie. Hazme caso, vas a ver, te lo que digo porque yo sé,
que la mengana me contó que a su tía se las dieron y muy mal.
La gente habla todo el día de enfermedades. Ahora ya se ha
acostumbrado, pero hasta hace poco no se había dado cuenta, o no hacía caso de
la gente, igual era eso, no le importaba nadie, sí, sería eso. Querido ombligo, digo, diario:
Qué le vamos a hacer, tampoco iba a estar lamentándose toda
su vida, que si esto, que si aquello, qué le iba a hacer, había tardado unos
añitos, quizá algunos de más, pero bueno, algunos no lo encuentran nunca y se
mueren igual, eso es peor, eso tiene que
ser horrible.
Así que bueno, habrá que darse un garbeo por los
alrededores, que el fin de semana es corto y la vida, bueno, la vida nunca se
sabe, así que por si acaso vayamos un rato a mirar qué se cuece por ahí.
La playa estaba medio vacía a las nueve de la mañana del
sábado. Mejor. Algún que otro
madrugador ya había plantado la sombrilla en la arena, cual meada de gato en la
escalera, y los demás debían estar trincándose su tostada con tomate, no vaya a
ser que a media mañana el hambre apriete y nosotros sin desayunar.
Cien metros más allá se abría el camino y a saber adónde
podía llegar ¿Paris? ¿Mallorca? ¿Saturno?
¿El pueblito aquel de los boquerones fritos? Ojalá fuese el de los
boquerones, tenía ganas de comer pescado, total, como ya lo había encontrado,
le daba igual adónde ir o qué hacer, cualquier cosa le venía bien, como la
ropa, que no había prenda que no le sentara a la chica ¡qué suerte oye!
Siguió caminando por seguir, como con todo últimamente,
últimamente desde que lo había encontrado, o sea, últimamente hace dos semanas
o así, igual algo más, no estaba
segura.
Cuando intentaba recordar cómo fue, no hallaba en su memoria
una imagen lo suficientemente nítida ¿Había sido en la playa? Puede que sí,
pero no lo podía decir con total seguridad, porque también podía haber sido
aquel día que cogió el teléfono y con toda la serenidad del mundo respondió que
sí, sí claro, por supuesto, sí, sí.
Si tuviera que definir el instante exacto no sabría hacerlo.
Qué raro, nunca imaginé que sería así,
pensé que era todo mucho más especial, no sé, como con más pompa, fuegos
artificiales en las tripas y cosas por el estilo. Es raro. Pero nada de
fuegos artificiales, cuando lo encontró llegó como si tal cosa y le dijo, o
ella eso entendió, que se quedaría todo el tiempo que ella quisiera, como si
quería que se quedase para siempre. Para
siempre, eso es mogollón. No se lo creía del todo. No tengas miedo, solo cree. Y en realidad tenía miedo a perderlo,
porque ya lo había perdido antes, muchas otras veces, la peor aquella vez en
Francia, todo tan guay, tan fuegos artificiales, aquella vez sí, aquella vez sus
tripas parecían Valencia el 19 de Marzo y de pronto nada, de pronto ya no
estaba, de pronto ya se había ido y a ella no le había dado tiempo a darse
cuenta de que lo había encontrado cuando ya lo había perdido. Joder, era eso y no lo otro, doce años para
darme cuenta de lo que era, qué fuerte.
Pero bueno, ahora que ya lo había encontrado ni siquiera le
pesaban aquellos largos doce años. Ella que creía que lo que había perdido eran
unas cuantas palabras de verdad, varios cruces de miradas de esos que hielan la
sangre y un par de caricias que bueno, para qué hablar, probablemente el mejor
sexo que había tenido nunca y no, no era eso, no era eso.
Ya llevaba caminado un buen trecho ¿dónde estaba? ¡qué importa! Un par de nudistas mañaneros
mostraban sus atributos al sol y tres gaviotas esperaban recoger lo que cayera
de aquellos colgajos. El pueblo de al lado estaba más lejos de lo que parecía,
pero bueno, mejor, así se daba una vuelta y aprovechaba para coger algo de
color. Tampoco estaría mal desayunar, la verdad, que por mucho que ya lo haya
encontrado ella sigue siendo carne y células y esas cosas que necesitan “de
comé”
Y hablando de células esa misma mañana se había acordado de
algo, algo que había aprendido hacía tiempo y a lo que no le había dado
demasiada importancia pero que ese día pegoteada en el sofá le vino a la mente
como una revelación: las células
automáticas del corazón. Sí, esas, las que van a su bola, las del nodo
sinusal y el otro nódulo, que se activan como por arte de magia, como quien no
quiere la cosa, sin ton ni son, a su pedo total y nadie se ha molestado nunca
en preguntarse cómo, por qué, a ver cómo es que esas celulillas pues así, sin
más, dicen ¡hala venga, arriba los corazones, vamos a poner en marcha al personal
del miocardio que esto tiene que tirar pa’lante!
Nadie, a nadie se le ha ocurrido resolver ese misterio de
una manera profunda, de una manera más allá de neurotransmisores y otras milongas.
Pues bueno, a ella se le había ocurrido algo, bobadas para el que no quiera ver ni oír, pero oye, a mí me sirve, a mí
me va bien, de hecho es lo único que me funciona. A ella se le había
ocurrido que a ver si era eso lo que le había llevado a encontrarlo, a ver si
iba a ser eso y no las horas de éste y el otro contándome esto y lo otro en
Internet, en los libros, en mi salón, en el café, en la misa, en el yoga y en
la farmacia, sobre todo en la farmacia que ahí todo el mundo sabe de todo. A
ella le pareció que podía ser eso, o algo de eso, porque si algo era cierto es
que desde que lo había encontrado ya no se hacía más sentencias de estas de si tiro por aquí fijo que tal cosa porque
tal otra y demás.
Pues eso, que ahí podía estar el meollo del asunto, o no,
pero le hacía ilusión imaginarse que sí, o al menos darle alguna forma, porque
qué sé yo, le divertía y ya está, tampoco iba ir más allá, ni mucho más allá, ya no, ya lo había encontrado.
Se sentó entre las piedras y se limitó a seguir con él, a no
dejarlo ir mientras soltaba todo lo demás, porque el mar entre las piedrecillas
con ese burbujeo se lo llevaba todo, cómo
puede preferir la gente las playas con arena, no lo entiendo, de verdad que no
lo entiendo. Y no le importaba, no le importaba no entenderlo, por primera
vez no le importaba no entender y aquello también se lo llevaba el mar qué alivio, de verdad qué gusto, ay qué bien
¡buf! Respiraba, los dos respiraban y parecía un milagro, porque no tuvo
que hacer nada, respiraba y punto, qué
guay. Será que él ponía en marcha esas celulillas o algo, porque sabía que
ella no era, que de ella no dependía, no, doce años dándole vueltas, y no, fijo
que no era ella, tenía que ser él porque ahora que lo había encontrado aquello
funcionaba, automático, sin más.
Qué bien. Qué
bien.
Tenía que volver a casa a comer algo y eso, pero tenía que
reconocer que un poco de miedo sí le daba, porque claro, a veces, cuando está
sola es como que le parece que lo va a perder, que de alguna manera se va a ir
y otra vez van a estar separados y… y… y bueno
ya vale, a ver, que ya lo has encontrado, ya sabes que ya no se va a ir más,
que aunque a veces parezca que no está ya has aprendido que está ahí joé, ya lo
has aprendido y sino acuérdate del nodo sinusal, tan majo él ahí, a su bola, y
sin embargo… también con él o más bien, para él.
Llegó a casa acalorada y miró en la nevera. Poca cosa y
pocas ganas. Abrió un par de latas y a pelo con la barra de pan que había
comprado y el agua rica rica y fresquita del garrafón. Volvió a quedarse pegada
en el sofá y después de reírse un rato con esta gente de esa serie que afloja
sus neuronas pensó un poco, bueno, no, más bien se dejó otro rato, como en la
playa, en las piedras y voy a ver qué
sale, esto hay que contarlo, no sé muy bien cómo, pero ese era el asunto ¿no? Que
no se sabe, o que hay que creer, o no sé, lo de las células molaba, eso estaba
guay y además es cierto, qué coño, es lo más verdad que he vivido, lo he
encontrado y lo quiero contar, el que lo quiera leer bien y el que no pues
bueno, ya lo encontrará si eso, igual en otro lado, o con otra gente o con
algún susto así de golpe, pero para quien lo busca llega, no lo encuentra,
llega, y pone en marcha las células automáticas del corazón, vaya que sí, vaya
que sí las pone.
Y dónde estará el maldito
mando del aire.
martes, 12 de junio de 2018
¡Más cabeza! ¡Más cabeza!
De puro compleja he llegado a la conclusión de que soy idiota ( y ya me estoy arrepintiendo de lo que escribo, pero ALGUIEN me ha sugerido que lo hiciera y si hay una chica obediente entre mil defectos más, ésa soy yo)
Lo cierto es que lo de compleja no lo digo desde la soberbia, sino desde el dolor más chirriante que muchas veces me hace sentir “la realidad”
NOTA A MITAD DE PÁGINA: Si alguien tiene la solución a mi problema, por favor que se ponga en contacto conmigo, lo amaré por siempre
Expongo el caso:
Hay un momento de las supuesta realidad en el que cortocircuito y ese momento se da cuando mi percepción, activa habitualmente al 150% de su capacidad, me dice una cosa y la razón, en estado de hiperactividad y alerta constante, dice justamente lo contrario.
Bueno, esto que podría fácilmente concretarse en el diagnóstico de una enfermedad mental es lo que me pasa. Si alguno estaba pensando en aconsejarme psiquiatras, clonazepan o haloperidol, gracias, ya están descartados.
Prosigo.
Me angustia vivir en esa mitad entre lo que parece y lo que supuestamente es, porque siento que ninguna de las dos es del todo verdad, ambas son percepciones, pero eso sí, el mundo la tiene muy clara en que la que supuestamente es, ES La Verdad. Y entonces chau, en ese momento se me va totalmente la olla.
No me encuentro en esa dinámica represivo-opresiva de “¡ah! es que como no me lo has dicho en palabras..." ¿Y qué? ¡Si hasta los pelos de tu nariz decían lo que percibía! O no... Y ahí es donde cortocircuito de nuevo. ¿Y qué mierda hago entonces?
Bueno, no lo sé, ésa es mi pregunta eterna. Por mi parte y hasta ahora a veces me tomo una cerveza, otras lloro desesperadamente (otras, ambas, he aquí la definición de patetismo) y otras, las más lúcidas, me digo “nada, no hagas nada”
Y ya está. Eso era.
Acepto todo tipo de sugerencias, aunque no sabré a cuál hacer caso porque, bueno, como ya sabemos, el cortocircuito se reactiva etc.etc.
Lo cierto es que lo de compleja no lo digo desde la soberbia, sino desde el dolor más chirriante que muchas veces me hace sentir “la realidad”
NOTA A MITAD DE PÁGINA: Si alguien tiene la solución a mi problema, por favor que se ponga en contacto conmigo, lo amaré por siempre
Expongo el caso:
Hay un momento de las supuesta realidad en el que cortocircuito y ese momento se da cuando mi percepción, activa habitualmente al 150% de su capacidad, me dice una cosa y la razón, en estado de hiperactividad y alerta constante, dice justamente lo contrario.
Bueno, esto que podría fácilmente concretarse en el diagnóstico de una enfermedad mental es lo que me pasa. Si alguno estaba pensando en aconsejarme psiquiatras, clonazepan o haloperidol, gracias, ya están descartados.
Prosigo.
Me angustia vivir en esa mitad entre lo que parece y lo que supuestamente es, porque siento que ninguna de las dos es del todo verdad, ambas son percepciones, pero eso sí, el mundo la tiene muy clara en que la que supuestamente es, ES La Verdad. Y entonces chau, en ese momento se me va totalmente la olla.
No me encuentro en esa dinámica represivo-opresiva de “¡ah! es que como no me lo has dicho en palabras..." ¿Y qué? ¡Si hasta los pelos de tu nariz decían lo que percibía! O no... Y ahí es donde cortocircuito de nuevo. ¿Y qué mierda hago entonces?
Bueno, no lo sé, ésa es mi pregunta eterna. Por mi parte y hasta ahora a veces me tomo una cerveza, otras lloro desesperadamente (otras, ambas, he aquí la definición de patetismo) y otras, las más lúcidas, me digo “nada, no hagas nada”
Y ya está. Eso era.
Acepto todo tipo de sugerencias, aunque no sabré a cuál hacer caso porque, bueno, como ya sabemos, el cortocircuito se reactiva etc.etc.
domingo, 10 de junio de 2018
La llorante
No sé qué me pasa.
Me subo al bus que me aleja de mi ciudad por unos días y se me caen las lágrimas.
Yo que me creía una renegada, una superada de este lugar, una renunciante de todas las cosas malas que lo componen, me subo al bus y se me caen las lágrimas, que parecen querer adelantarse dramáticamente a lo que será para siempre.
Decido dejar de pensar (¡Ja!)
Si lloro, lloro y no me cuestiono más. Algo saldrá de ésta, algo que en un mes se me olvidará y más tarde, lo que sea que toque, lo traerá de nuevo en espiral. Siempre aprendo en espiral. Tanto ir y venir me he dado cuenta que las espirales son las únicas constantes que me acompañan.
Así que lloro y ya está. No soy la superada, ni la renunciante, ni nada, pero tampoco soy la arrepentida, cobarde o lo que sea que las lágrimas más meticonas me quieran contar.
Ahora soy la llorante, la que llora ahora, la que lo único que hace en este momento es llorar. Después viene la escribiente de lo que le pasa, la que escribe lo que le ocurre sin saberlo de verdad, pero segura de que es lo más verdad que le puede llegar a pasar.
Me subo al bus que me aleja de mi ciudad por unos días y se me caen las lágrimas.
Yo que me creía una renegada, una superada de este lugar, una renunciante de todas las cosas malas que lo componen, me subo al bus y se me caen las lágrimas, que parecen querer adelantarse dramáticamente a lo que será para siempre.
Decido dejar de pensar (¡Ja!)
Si lloro, lloro y no me cuestiono más. Algo saldrá de ésta, algo que en un mes se me olvidará y más tarde, lo que sea que toque, lo traerá de nuevo en espiral. Siempre aprendo en espiral. Tanto ir y venir me he dado cuenta que las espirales son las únicas constantes que me acompañan.
Así que lloro y ya está. No soy la superada, ni la renunciante, ni nada, pero tampoco soy la arrepentida, cobarde o lo que sea que las lágrimas más meticonas me quieran contar.
Ahora soy la llorante, la que llora ahora, la que lo único que hace en este momento es llorar. Después viene la escribiente de lo que le pasa, la que escribe lo que le ocurre sin saberlo de verdad, pero segura de que es lo más verdad que le puede llegar a pasar.
Afuera es primavera y hoy está lloviendo.
sábado, 9 de junio de 2018
FUCK YOU DIABLO
Me pregunto qué le sucede a mi garganta que muchas veces obedece a voces de extraños.
Luego me doy cuenta del poco sentido que tiene hacerse esa pregunta, o lo peligroso, o lo raro.
Fuck you devil fuck you
Me da vergüenza escribir algunas cosas, por ejemplo éstas.
Me pregunto quién las juzgará cuando las publique y qué sentido tiene contarlas si no lo hago.
Entonces les paso el filtro y ahí está de nuevo.
Fuck you devil FUCK YOU FUCK YOU
Cualquier cosa que haga es un hilo, un lazo que lanzo a quien quiera agarrarlo
y si lo suelta no pasa nada,
podré superarlo,
pero lo mismo lo reutiliza y le ata algún pequeño cabo,
o lo convierte en una flor.
Esa idea me encanta, la de tejer el tiempo, no sólo pasarlo.
Cuando entro en ese mundo algo cambia de estado.
Ya no me importa tanto lo que digo o lo que hago mientras siga sintiendo que está construyendo algo
Me basta un solo tímpano resonando para encontrar sentido a todo el universo,
es mágicamente extraño.
Parece que ya se va esfumando,
a la mierda con el diablo.
Me gustaría perder el miedo,
no escribir con el filtro de pasado,
darle voz a mi verdadero cuerpo y oídos a lo que está al otro lado.
Pero de nuevo vuelve el diablo, o no, espera, parece que está esfumando
FUCK YOU DE(B)VIL
FUCK YOU
FUCK YOU DIABLO
Un millón de cosas
Estoy aterrorizada. A mi alrededor hay un millón de cosas y todo lo que necesito viajará en un par de maletas.
No quiero nada. Los libros, fotos y cartas que me hacen falta viajarán en una pequeña caja y los indispensables conmigo,no se vayan a extraviar.
Ya está, no quiero nada más. Debo viajar ligera, y ya me duele demasiado la espalda.
No me pesa dejar atrás, lo que me aterroriza es la carga, de dónde salió tanta, cómo no tiré, regalé, reubiqué antes este millón de cosas. Ya no las quiero ¡no las quiero, joder! Me matan.
Casi no puedo respirar, el pasillo está lleno de bolsas y cajas con bichos inertes . Antes esos mismos animales muertos ocupaban su lugar exacto chupapolvo sobre las baldas y ahora ese mismo lugar está vacío, aliviado, respira de nuevo, no como mi tórax, donde las costillas viven aplastadas por todo lo que las rodea.
Creo que hasta que esta casa esté vacía yo no estaré completa, por muy extraño que me parezca. Porque es raro, es muy raro sentir cómo de pronto sólo quieres olvidar, borrar, dejar atrás, soltar amarras, soltar amarras…
No hay más, no quiero que haya nada más, nunca más. Aprender de lo acumulado y del alivio que deja cuando se va. Despejar el horizonte y dejar que la nada expanda los pulmones una y otra y otra vez.
Y ya está
Agarrar una maleta a cada lado
Dejar ir todo lo demás
No quiero nada. Los libros, fotos y cartas que me hacen falta viajarán en una pequeña caja y los indispensables conmigo,no se vayan a extraviar.
Ya está, no quiero nada más. Debo viajar ligera, y ya me duele demasiado la espalda.
No me pesa dejar atrás, lo que me aterroriza es la carga, de dónde salió tanta, cómo no tiré, regalé, reubiqué antes este millón de cosas. Ya no las quiero ¡no las quiero, joder! Me matan.
Casi no puedo respirar, el pasillo está lleno de bolsas y cajas con bichos inertes . Antes esos mismos animales muertos ocupaban su lugar exacto chupapolvo sobre las baldas y ahora ese mismo lugar está vacío, aliviado, respira de nuevo, no como mi tórax, donde las costillas viven aplastadas por todo lo que las rodea.
Creo que hasta que esta casa esté vacía yo no estaré completa, por muy extraño que me parezca. Porque es raro, es muy raro sentir cómo de pronto sólo quieres olvidar, borrar, dejar atrás, soltar amarras, soltar amarras…
No hay más, no quiero que haya nada más, nunca más. Aprender de lo acumulado y del alivio que deja cuando se va. Despejar el horizonte y dejar que la nada expanda los pulmones una y otra y otra vez.
Y ya está
Agarrar una maleta a cada lado
Dejar ir todo lo demás
jueves, 7 de junio de 2018
De esa manera
Soy una habladora nata, pero nadie me escucha.
Soy una escuchadora nata, pero nadie me habla.
Y ésa es la historia de mi vida.
También soy una exagerada y también es un poco mentira, pero no tanto.
Necesito hablar y saber que hay alguien al otro lado, que a alguien le importa, que alguien de alguna manera acoge mi dolor y le pone una tirita, o se sube a mi alegría y da saltos conmigo en la colchoneta.
Pero eso no pasa, mil veces no pasa, un millón de veces la gente pasa, las personas no, pero hay tan pocas.
“¡Ay! No sé qué ponerme para la boda. Quiero una falda verde, verde lima y camisa blanca ¿te imaginas? Así campestre, una novia campestre y de verde y un lazo color vino en algún lugar ¿no?”
“Ya. Mmm ya. El otro día vimos esa película…”
Mi corazón cortocircuita. Prefiero que no me respondas nada. Esas heridas escuecen de veras ¿hola? ¿HOLA? Es mi boda y mira que yo nunca fui una Cenicienta, pero bueno, por divertirnos un rato y fantasear te cuento que mi vestido tal cosa y…
Me pregunto cuánto me quieres o cómo. Sé que lo haces, lo de quererme, sé que te toca, sé que alguien un día te puso la etiqueta de que debías hacerlo y debe ser una carga muy pesada de llevar. Lo entiendo. A mí también me pesa. Entonces me pregunto por qué no me quieres de un modo natural, de esa manera en que la naturaleza te empuja a amarme. Pero la sociedad te ha enfermado, como a mí, y tampoco puedes hacerlo de esa manera. De qué te voy a acusar, de qué cojones voy a…
Mis palabras quedan entonces atragantadas porque tú no tienes la culpa, pero yo tampoco y el vestido de la boda no es importante, pero ha quedado colgado en una percha extraña en medio de la nada entre tú, yo y ¿el amor? Me pregunto a quién le va a importar si ni siquiera a ti te importa, aunque yo sepa que no es tan importante.
Miro las hojas de los árboles a las seis de la tarde. Es primavera y algunas son de ese verde lima ideal. No quiero tragarme las palabras, vienen tan a cuento... Pero ya no espero nada. Quién me habrá enseñado a esperar, quién me habrá enseñado a presionarte de esa manera. La respuesta me asusta. Fuiste tú misma. Es un callejón sin salida en el que de vez en cuando centellean tres luciérnagas supervivientes al querer que nos robaron.
Vendrás a mi boda y estaré preciosa y, aunque no me lo digas, o no lo sepas expresar, una cuarta luciérnaga tintineará en tu mirada y sabré que siempre me has querido de esa manera en que yo lo necesitaba (o ésa es mi esperanza)
Soy una escuchadora nata, pero nadie me habla.
Y ésa es la historia de mi vida.
También soy una exagerada y también es un poco mentira, pero no tanto.
Necesito hablar y saber que hay alguien al otro lado, que a alguien le importa, que alguien de alguna manera acoge mi dolor y le pone una tirita, o se sube a mi alegría y da saltos conmigo en la colchoneta.
Pero eso no pasa, mil veces no pasa, un millón de veces la gente pasa, las personas no, pero hay tan pocas.
“¡Ay! No sé qué ponerme para la boda. Quiero una falda verde, verde lima y camisa blanca ¿te imaginas? Así campestre, una novia campestre y de verde y un lazo color vino en algún lugar ¿no?”
“Ya. Mmm ya. El otro día vimos esa película…”
Mi corazón cortocircuita. Prefiero que no me respondas nada. Esas heridas escuecen de veras ¿hola? ¿HOLA? Es mi boda y mira que yo nunca fui una Cenicienta, pero bueno, por divertirnos un rato y fantasear te cuento que mi vestido tal cosa y…
Me pregunto cuánto me quieres o cómo. Sé que lo haces, lo de quererme, sé que te toca, sé que alguien un día te puso la etiqueta de que debías hacerlo y debe ser una carga muy pesada de llevar. Lo entiendo. A mí también me pesa. Entonces me pregunto por qué no me quieres de un modo natural, de esa manera en que la naturaleza te empuja a amarme. Pero la sociedad te ha enfermado, como a mí, y tampoco puedes hacerlo de esa manera. De qué te voy a acusar, de qué cojones voy a…
Mis palabras quedan entonces atragantadas porque tú no tienes la culpa, pero yo tampoco y el vestido de la boda no es importante, pero ha quedado colgado en una percha extraña en medio de la nada entre tú, yo y ¿el amor? Me pregunto a quién le va a importar si ni siquiera a ti te importa, aunque yo sepa que no es tan importante.
Miro las hojas de los árboles a las seis de la tarde. Es primavera y algunas son de ese verde lima ideal. No quiero tragarme las palabras, vienen tan a cuento... Pero ya no espero nada. Quién me habrá enseñado a esperar, quién me habrá enseñado a presionarte de esa manera. La respuesta me asusta. Fuiste tú misma. Es un callejón sin salida en el que de vez en cuando centellean tres luciérnagas supervivientes al querer que nos robaron.
Vendrás a mi boda y estaré preciosa y, aunque no me lo digas, o no lo sepas expresar, una cuarta luciérnaga tintineará en tu mirada y sabré que siempre me has querido de esa manera en que yo lo necesitaba (o ésa es mi esperanza)
miércoles, 6 de junio de 2018
Me voy a Argentina
Siempre que escribo en blogs me convierto en otra persona, o al menos, muto en un 50% de mi ser, así ya no soy quien quisiera ser, o me invento quien pude haber sido en un momento dado y no me atreví del todo o del nada más bien.
Pero en Setiembre me voy a Argentina y se me hace tan grande, tan esperado y tan extraño, que me toca vestirme en mi piel porque no veo otra forma de llegar hasta allá.
España queda atrás, donde quiero dejarla por muchas razones y siento que mi cabeza ya está habitando el país que apenas acaricié durante cuarenta días hace ocho años.
¿Y ahora qué? ¿Qué hago yo ahora?
Aparte de volverme loca o más, no se me ha ocurrido nada fructífero que hacer. Claro que hay mil papeles previos, ochocientos preparativos de cosas y cosas y más COSAS, pero ya sé que cuando todo eso esté resuelto y esté en un avión y todo quede atrás,ahí sentada quedaré yo y las cosas volarán conmigo, en otro compartimento y varias carpetas, que es el verdadero lugar al que pertenecen.
Se acabó todo en España. Aquí se va a quedar. Y están el whatsapp y el Skype para las personas queridas, pero ya no habrá más Salburua en primavera, delicias de Artepan, la playa de Algeciras y cincuenta mares más, los mejillones de Galicia, los cines Florida, esa gran amiga y la otra y la otra que quedarán como un ramo de pequeñas flores silvestres en la memoria, las más preciadas.
Sé que las volveré a ver, sé que podré reencontrarme con todo, pero sé que no será igual, será una visita, fuera de la cotidianidad de todos los días y eso genera un vértigo extraño.
Adonde voy me voy por amor, amor AMOR, amor del que hace mejor los días, todos los días, hasta los más densos. También me voy por confianza y fe ciega en la vida y sus oportunidades.
Me muero de ganas de ir Argentina, me iría ya mismo y no me permito esta locura, este no saber estar en mí misma porque ya tiene fecha, porque el tiempo aquí se ha terminado, hace tiempo que se le pasó la fecha de caducidad. Los días se hacen largos y muchas veces sinsentido, mi proyecto está en otro lado y mi cabeza mucho más allá, tan lejos que puede que de la vuelta entera y llegue de nuevo hasta España.
Me voy a Argentina y tengo un nudo en la tripa y creo que ese nudo es una cuerda atada por mi cabeza que no permite soltar lo que estalla en mis vísceras y que huele a algo parecido a la felicidad. Oh, felicidad, otra de esas asquerosas palabras, como amor, cómo te vas a atrever a decir esas cosas, tan coacher, tan lugar común. En fin, habrá que reinventarlas, pero hasta ahora y hoy no se me ocurren otras.
Me voy a Argentina y ya está y esa frase se ha inyectado en mi cabeza en dosis letales hasta que llegue el día y entonces por fin llegue la cura y soltaré un aliviado
“Ya estoy acá”
Y entonces ¿Qué?
Pero en Setiembre me voy a Argentina y se me hace tan grande, tan esperado y tan extraño, que me toca vestirme en mi piel porque no veo otra forma de llegar hasta allá.
España queda atrás, donde quiero dejarla por muchas razones y siento que mi cabeza ya está habitando el país que apenas acaricié durante cuarenta días hace ocho años.
¿Y ahora qué? ¿Qué hago yo ahora?
Aparte de volverme loca o más, no se me ha ocurrido nada fructífero que hacer. Claro que hay mil papeles previos, ochocientos preparativos de cosas y cosas y más COSAS, pero ya sé que cuando todo eso esté resuelto y esté en un avión y todo quede atrás,ahí sentada quedaré yo y las cosas volarán conmigo, en otro compartimento y varias carpetas, que es el verdadero lugar al que pertenecen.
Se acabó todo en España. Aquí se va a quedar. Y están el whatsapp y el Skype para las personas queridas, pero ya no habrá más Salburua en primavera, delicias de Artepan, la playa de Algeciras y cincuenta mares más, los mejillones de Galicia, los cines Florida, esa gran amiga y la otra y la otra que quedarán como un ramo de pequeñas flores silvestres en la memoria, las más preciadas.
Sé que las volveré a ver, sé que podré reencontrarme con todo, pero sé que no será igual, será una visita, fuera de la cotidianidad de todos los días y eso genera un vértigo extraño.
Adonde voy me voy por amor, amor AMOR, amor del que hace mejor los días, todos los días, hasta los más densos. También me voy por confianza y fe ciega en la vida y sus oportunidades.
Me muero de ganas de ir Argentina, me iría ya mismo y no me permito esta locura, este no saber estar en mí misma porque ya tiene fecha, porque el tiempo aquí se ha terminado, hace tiempo que se le pasó la fecha de caducidad. Los días se hacen largos y muchas veces sinsentido, mi proyecto está en otro lado y mi cabeza mucho más allá, tan lejos que puede que de la vuelta entera y llegue de nuevo hasta España.
Me voy a Argentina y tengo un nudo en la tripa y creo que ese nudo es una cuerda atada por mi cabeza que no permite soltar lo que estalla en mis vísceras y que huele a algo parecido a la felicidad. Oh, felicidad, otra de esas asquerosas palabras, como amor, cómo te vas a atrever a decir esas cosas, tan coacher, tan lugar común. En fin, habrá que reinventarlas, pero hasta ahora y hoy no se me ocurren otras.
Me voy a Argentina y ya está y esa frase se ha inyectado en mi cabeza en dosis letales hasta que llegue el día y entonces por fin llegue la cura y soltaré un aliviado
“Ya estoy acá”
Y entonces ¿Qué?
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