jueves, 7 de junio de 2018

De esa manera

Soy una habladora nata, pero nadie me escucha.
Soy una escuchadora nata, pero nadie me habla.
Y ésa es la historia de mi vida.
También soy una exagerada y también es un poco mentira, pero no tanto.

Necesito hablar y saber que hay alguien al otro lado, que a alguien le importa, que alguien de alguna manera acoge mi dolor y le pone una tirita, o se sube a mi alegría y da saltos conmigo en la colchoneta.
Pero eso no pasa, mil veces no pasa, un millón de veces la gente pasa, las personas no, pero hay tan pocas.
“¡Ay! No sé qué ponerme para la boda. Quiero una falda verde, verde lima y camisa blanca ¿te imaginas? Así campestre, una novia campestre y de verde y un lazo color vino en algún lugar ¿no?”
“Ya. Mmm ya. El otro día vimos esa película…”

Mi corazón cortocircuita. Prefiero que no me respondas nada. Esas heridas escuecen de veras ¿hola? ¿HOLA? Es mi boda y mira que yo nunca fui una Cenicienta, pero bueno, por divertirnos un rato y fantasear te cuento que mi vestido tal cosa y…

Me pregunto cuánto me quieres o cómo. Sé que lo haces, lo de quererme, sé que te toca, sé que alguien un día te puso la etiqueta de que debías hacerlo  y debe ser una carga muy pesada de llevar.  Lo entiendo. A mí también me pesa. Entonces me pregunto por qué no me quieres de un modo natural, de esa manera en que la naturaleza te empuja a amarme. Pero la sociedad te ha enfermado, como a mí, y tampoco puedes hacerlo de esa manera. De qué te voy a acusar, de qué cojones voy a…

Mis palabras quedan entonces atragantadas porque tú no tienes la culpa, pero yo tampoco y el vestido de la boda no es importante, pero ha quedado colgado en una percha extraña en medio de la nada entre tú, yo y ¿el amor? Me pregunto a quién le va a importar si ni siquiera a ti te importa, aunque yo sepa que no es tan importante.

Miro las hojas de los árboles a las seis de la tarde. Es primavera y algunas son de ese verde lima ideal. No quiero tragarme las palabras, vienen tan a cuento... Pero ya no espero nada. Quién me habrá enseñado a esperar, quién me habrá enseñado a presionarte de esa manera. La respuesta me asusta. Fuiste tú misma. Es un callejón sin salida en el que de vez en cuando centellean tres luciérnagas supervivientes al querer que nos robaron.

Vendrás a mi boda y estaré preciosa y, aunque no me lo digas, o no lo sepas expresar, una cuarta luciérnaga tintineará en tu mirada y sabré que siempre me has querido de esa manera en que yo lo necesitaba (o ésa es mi esperanza)

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